Noventa y cinco
Nadie quiere a este puto perro.
Nadie quiere a este puto perro al que le he puesto un nombre asqueroso, estoy rodeado de niños hermosos y detestables, las únicas personas con las que he interactuado son vagabundos, borrachos, ancianos o todas las anteriores.
Ah, y además estoy muerto. Carajo.
Bueno, algo así. La verdad, no estoy tan seguro de estar muerto. Digo, la gente muerta no vaga por las calles, no habla con los vivos - bueno, la verdad, no sé si vivos es un buen adjetivo para estos pobres diablos -, simplemente no existe. Y definitivamente no fuma.
Por otro lado, los vivos no tienen una cajetilla permanentemente llena de cigarrillos. Sus heridas no dejan de sangrar por arte de magia, al menos no los cortes grandes en tu cabeza producidos por botellas. No dejan de recordar algo cada vez que uno de los niños que los rodea se suicida con la cara llena de risa.
No sé lo que soy. Translúcido puede ser suficiente palabra, suficiente adjetivo, pero no es suficiente concepto. No puedo ser sólo translúcido. Simplemente translúcido.
Quizá tengo superpoderes... vuelvo de la muerte para... vengarme... de... mierda, ¿para qué me molesto? Soy un puto muerto que no ha terminado de morirse. Pues se acabó. Lo que sea que haya pasado para que no esté bajo tierra, sin actividad cerebral - probablemente sin parte de mi cuerpo, gracias a los gusanos - no me interesa. Habrá que terminar el trabajo.
Dicho y hecho, espero el metro junto a uno de los niños. En el momento justo se lanza, lleno de risa. En el momento justo después del momento justo, lo sigo. Pero un montón de manos pequeñas e infantiles me sujetan. Luego me lanzan al suelo y decenas de ojos se clavan en mi cara de no entender nada. Me pregunto por qué me habrán salvado y ellos, por lo visto, pueden escuchar lo que pienso.
- Tienes que encontrar a Sara.
Pfff. Vaya respuesta.
- ¿Y para qué, si se puede saber?
- Tienes que encontrar a Sara.
- ¿Y si no lo hago?
- Tienes que encontrar a Sara.
Los niños, por primera vez, ya no sonríen. De hecho, ni siquiera están serios. Parecen furiosos. Luego dejan de parecer niños y se van tornando oscuros. Su piel se quema, sus ojos se entrecierran, sus bocas se tuercen, los gestos, los bordes van desapareciendo y poco a poco se van convirtiendo en algo parecido a... mí.
- Tienes que encontrar a Sara.
El perro les ladra.
- Tienes que encontrar a Sara.
Estoy asustado. Me levanto y reviento a un par de no-niños a patadas. Siguen igual de blandos y débiles. Suspiro aliviado.
- ¿Y qué van a hacer si no, pedazos de mierda?
- Tienes que encontrar a Sara.
- Váyanse al carajo.
Me voy, pero me siguen. Y siguen repitiendo siempre la misma frase.
- Tienes que encontrar a Sara.
- Tienes que encontrar a Sara.
- Tienes que encontrar a Sara.
La mente funciona de manera extraña. Sólo podemos lograr algo si nos concentramos en, precisamente, lograrlo. Si no, lo mejor que puede pasar es que obtengamos un buen resultado producto de la suerte. Debemos dejar de pensar en lo demás y concentrarnos en lo que queremos para lograrlo. Eliminar cualquier otro pensamiento. Incluso los recuerdos...
- Tienes que encontrar a Sara.
Mi cabeza, mi mente, mis recuerdos se rebelan contra mi propia rebeldía. No quiero seguir buscando a Sara. No quiero gastar mi tiempo en un imposible. Y tampoco quiero encontrarla. No quiero ver su cara horrorizada. No quiero encontrarla sólo para que huya otra vez. No quiero encontrarla para que, quizá, no me reconozca, o ni siquiera me vea...
- Tienes que encontrar a Sara.
... pero no puedo pensar en otra cosa que no sea ella. En este momento no logro recordar nada que no tenga que ver con Sara. Las manos de Sara. El perfume de Sara. Su forma de caminar. Su voz mientras masajea el humo de un cigarrillo en su boca. Sus pestañeos lentos, pausados, asesinos.
-Tienes que encontrar a Sara.
Uno de ellos. Uno de los niños, recuerdos o qué se yo, debe tener la culpa de esto. Debe estar convenciendo, manipulando o torturando a los demás. Si lo encuentro se acabará esto. Los recuerdos relacionados con Sara son muchos, pero sólo es Sara en mi cabeza. Si lo encuentro...
- Tienes que encontrar a Sara.
... los demás volverán a ser lo que eran y volverán a reir, que no es bueno pero es definitivamente mejor que esto. ¿Pero cómo carajo encontrarlo?
- Tienes que encontrar a Sara.
Instinto. Cierro los ojos y empiezo a buscar. Me guío por algo, no sé qué es, quizá el aroma, la textura... o quizá la imagen perfectamente clara de Sara que hay en mis párpados cerrados. La sigo y en pocos momentos tengo el cuello de alguien en mis manos.
Carajo. Estoy ahorcando a Sara.
Los niños que ya no parecen niños gritan, mejor dicho aullan, se toman la cara entre las manos, corren desesperados, y yo no puedo dejar de apretar el cuello de Sara. De algún modo, sé que no es ella. Si mato a este recuerdo seré libre. Podré vagar por las calles, podré dejar a estos niños, podré lanzarme de cabeza contra un camión, podré acabar con todo.
Pero no puedo acabar con Sara. Aunque sepa que no es ella, es imposible que destruya su imagen. Lo divertido es que pienso esto, pero no dejo de ahorcarla. Y los niños, ya casi convertidos en sombras, siguen corriendo y gritando como si los quemasen vivos.
Matar a esta Sara falsa me librará de su fantasma y quedaré en libertad de acción. No tendré que buscarla... porque simplemente no la recordaré. No, no, la cosa no es tan fácil. Mataré a la imagen. Quedará su olor, su voz, su piel, sus lágrimas, las palabras tristes e hirientes que anotaba al margen de mis páginas... todo eso quedará flotando y no podré asignar esos recuerdos a una imagen.
No veré a Sara nunca más. Ni en verdad, ni en mi cabeza.
Suelto al niño en el acto. Cae al suelo, tose frenéticamente, como disfrutándolo, como una demostración de que aún vive. Los demás niños se callan, se tranquilizan - o eso parece -, se acercan. No a mí, sino a la falsa Sara, que ahora también es un niño. Ahora que he abierto los ojos.
Finalmente todos se vuelven a mirarme. El perro - aún no me acostumbro al nombre que le puse, lo cual es bastante patético - se me acerca y les gruñe. Le doy un palmada en la cabeza y me queda mirando con una ceja levantada, sospechando una explicación.
- Buscaré a Sara. Pero espero no encontrarla. Es lo mejor que obtendrán de mí.
Por un momento me da la impresión de que sus caras, otra vez, reflejan furia. La impresión sólo dura lo que un pestañeo; en cosa de segundos, se abalanzan sobre el perro, muertos de la risa. Frito - por fin su nombre aparece en mi cabeza al momento de armar una frase - los reconoce como los niños de siempre, y se deja hacer.
Saco un cigarrillo y miro como pasa el metro a unos pocos pasos. Detrás de mí, uno de mis recuerdos prepara una zambullida que lo llevará directo a la nada. Sospecho que no es aquél a quien acabo de casi-ahorcar. Sospecho que ése será el último. Sospecho que estos niños son mi reloj de arena. Esto será largo...
Nadie quiere a este puto perro al que le he puesto un nombre asqueroso, estoy rodeado de niños hermosos y detestables, las únicas personas con las que he interactuado son vagabundos, borrachos, ancianos o todas las anteriores.
Ah, y además estoy muerto. Carajo.
Bueno, algo así. La verdad, no estoy tan seguro de estar muerto. Digo, la gente muerta no vaga por las calles, no habla con los vivos - bueno, la verdad, no sé si vivos es un buen adjetivo para estos pobres diablos -, simplemente no existe. Y definitivamente no fuma.
Por otro lado, los vivos no tienen una cajetilla permanentemente llena de cigarrillos. Sus heridas no dejan de sangrar por arte de magia, al menos no los cortes grandes en tu cabeza producidos por botellas. No dejan de recordar algo cada vez que uno de los niños que los rodea se suicida con la cara llena de risa.
No sé lo que soy. Translúcido puede ser suficiente palabra, suficiente adjetivo, pero no es suficiente concepto. No puedo ser sólo translúcido. Simplemente translúcido.
Quizá tengo superpoderes... vuelvo de la muerte para... vengarme... de... mierda, ¿para qué me molesto? Soy un puto muerto que no ha terminado de morirse. Pues se acabó. Lo que sea que haya pasado para que no esté bajo tierra, sin actividad cerebral - probablemente sin parte de mi cuerpo, gracias a los gusanos - no me interesa. Habrá que terminar el trabajo.
Dicho y hecho, espero el metro junto a uno de los niños. En el momento justo se lanza, lleno de risa. En el momento justo después del momento justo, lo sigo. Pero un montón de manos pequeñas e infantiles me sujetan. Luego me lanzan al suelo y decenas de ojos se clavan en mi cara de no entender nada. Me pregunto por qué me habrán salvado y ellos, por lo visto, pueden escuchar lo que pienso.
- Tienes que encontrar a Sara.
Pfff. Vaya respuesta.
- ¿Y para qué, si se puede saber?
- Tienes que encontrar a Sara.
- ¿Y si no lo hago?
- Tienes que encontrar a Sara.
Los niños, por primera vez, ya no sonríen. De hecho, ni siquiera están serios. Parecen furiosos. Luego dejan de parecer niños y se van tornando oscuros. Su piel se quema, sus ojos se entrecierran, sus bocas se tuercen, los gestos, los bordes van desapareciendo y poco a poco se van convirtiendo en algo parecido a... mí.
- Tienes que encontrar a Sara.
El perro les ladra.
- Tienes que encontrar a Sara.
Estoy asustado. Me levanto y reviento a un par de no-niños a patadas. Siguen igual de blandos y débiles. Suspiro aliviado.
- ¿Y qué van a hacer si no, pedazos de mierda?
- Tienes que encontrar a Sara.
- Váyanse al carajo.
Me voy, pero me siguen. Y siguen repitiendo siempre la misma frase.
- Tienes que encontrar a Sara.
- Tienes que encontrar a Sara.
- Tienes que encontrar a Sara.
La mente funciona de manera extraña. Sólo podemos lograr algo si nos concentramos en, precisamente, lograrlo. Si no, lo mejor que puede pasar es que obtengamos un buen resultado producto de la suerte. Debemos dejar de pensar en lo demás y concentrarnos en lo que queremos para lograrlo. Eliminar cualquier otro pensamiento. Incluso los recuerdos...
- Tienes que encontrar a Sara.
Mi cabeza, mi mente, mis recuerdos se rebelan contra mi propia rebeldía. No quiero seguir buscando a Sara. No quiero gastar mi tiempo en un imposible. Y tampoco quiero encontrarla. No quiero ver su cara horrorizada. No quiero encontrarla sólo para que huya otra vez. No quiero encontrarla para que, quizá, no me reconozca, o ni siquiera me vea...
- Tienes que encontrar a Sara.
... pero no puedo pensar en otra cosa que no sea ella. En este momento no logro recordar nada que no tenga que ver con Sara. Las manos de Sara. El perfume de Sara. Su forma de caminar. Su voz mientras masajea el humo de un cigarrillo en su boca. Sus pestañeos lentos, pausados, asesinos.
-Tienes que encontrar a Sara.
Uno de ellos. Uno de los niños, recuerdos o qué se yo, debe tener la culpa de esto. Debe estar convenciendo, manipulando o torturando a los demás. Si lo encuentro se acabará esto. Los recuerdos relacionados con Sara son muchos, pero sólo es Sara en mi cabeza. Si lo encuentro...
- Tienes que encontrar a Sara.
... los demás volverán a ser lo que eran y volverán a reir, que no es bueno pero es definitivamente mejor que esto. ¿Pero cómo carajo encontrarlo?
- Tienes que encontrar a Sara.
Instinto. Cierro los ojos y empiezo a buscar. Me guío por algo, no sé qué es, quizá el aroma, la textura... o quizá la imagen perfectamente clara de Sara que hay en mis párpados cerrados. La sigo y en pocos momentos tengo el cuello de alguien en mis manos.
Carajo. Estoy ahorcando a Sara.
Los niños que ya no parecen niños gritan, mejor dicho aullan, se toman la cara entre las manos, corren desesperados, y yo no puedo dejar de apretar el cuello de Sara. De algún modo, sé que no es ella. Si mato a este recuerdo seré libre. Podré vagar por las calles, podré dejar a estos niños, podré lanzarme de cabeza contra un camión, podré acabar con todo.
Pero no puedo acabar con Sara. Aunque sepa que no es ella, es imposible que destruya su imagen. Lo divertido es que pienso esto, pero no dejo de ahorcarla. Y los niños, ya casi convertidos en sombras, siguen corriendo y gritando como si los quemasen vivos.
Matar a esta Sara falsa me librará de su fantasma y quedaré en libertad de acción. No tendré que buscarla... porque simplemente no la recordaré. No, no, la cosa no es tan fácil. Mataré a la imagen. Quedará su olor, su voz, su piel, sus lágrimas, las palabras tristes e hirientes que anotaba al margen de mis páginas... todo eso quedará flotando y no podré asignar esos recuerdos a una imagen.
No veré a Sara nunca más. Ni en verdad, ni en mi cabeza.
Suelto al niño en el acto. Cae al suelo, tose frenéticamente, como disfrutándolo, como una demostración de que aún vive. Los demás niños se callan, se tranquilizan - o eso parece -, se acercan. No a mí, sino a la falsa Sara, que ahora también es un niño. Ahora que he abierto los ojos.
Finalmente todos se vuelven a mirarme. El perro - aún no me acostumbro al nombre que le puse, lo cual es bastante patético - se me acerca y les gruñe. Le doy un palmada en la cabeza y me queda mirando con una ceja levantada, sospechando una explicación.
- Buscaré a Sara. Pero espero no encontrarla. Es lo mejor que obtendrán de mí.
Por un momento me da la impresión de que sus caras, otra vez, reflejan furia. La impresión sólo dura lo que un pestañeo; en cosa de segundos, se abalanzan sobre el perro, muertos de la risa. Frito - por fin su nombre aparece en mi cabeza al momento de armar una frase - los reconoce como los niños de siempre, y se deja hacer.
Saco un cigarrillo y miro como pasa el metro a unos pocos pasos. Detrás de mí, uno de mis recuerdos prepara una zambullida que lo llevará directo a la nada. Sospecho que no es aquél a quien acabo de casi-ahorcar. Sospecho que ése será el último. Sospecho que estos niños son mi reloj de arena. Esto será largo...
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