Ochenta y tres
Humo. Voces. Música.
Entrar a un lugar que conoces, o sabes que conoces, pero no recuerdas. Para nada.
Me pregunto si las personas que me quedan mirando me reconocen. O sólo les parece curioso mi aspecto de vagabunda.
Camino lentamente, sin despegar la cabeza del frente, moviendo los ojos hacia ambos lados, con cuidado. Trato de no parecer asustada, pero entonces me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio. El miedo se me nota. Abuelita ya me lo había dicho.
Llego hasta la barra y me detengo. Hasta aquí llega mi plan. Conozco el bar, pero no reconozco a nadie. No tengo a quién acercarme. El barman no me mira, pero sus gestos indican que sabe que estoy aquí, de pie, y que la forma que tengo de estar de pie y la expresión de mi cara lo incomodan. Abro la boca, pero no me sale la voz. Probablemente se deba a que no tengo idea de qué decir.
- Sara.
Alguien dice mi nombre. Alguien a mi lado. Giro sobre mis talones y lo veo.
- Ah, mierda. Parece que no te ha ido muy bien.
Tiene el pelo largo y sucio. Tiene un abrigo café gastado y unos jeans grises gastados. Y le falta un ojo.
Lo miro pero no me muevo. Con el pie mueve una silla. Quiere que me siente. Le falta un ojo.
Gira hacia la barra y termina su trago. Levanta el vaso y el barman entiende el gesto. Le sirve otro. Se pasa la mano por la boca, el dedo índice justo bajo la nariz. Vuelve a mirarme. Le falta un ojo.
El otro es verde.
- ¿Te vas a sentar o no?
Su ojo verde es lindo. Tres líneas profundamente marcadas bajo el párpado inferior. Ojeras que no se irán jamás. La pupila es ancha y el verde es grisáceo. Si no te fijas en el ojo que no está y en la cicatriz que sí está, no es tan terrorífico.
Me siento. Temblando.
- ¿Lo mismo de siempre?
Asiento con la cabeza. Mira al barman y levanta la ceja con ojo. El barman me pone un vaso pequeño al frente, saca una botella y lo llena. Gin. Me lo tomo y en un mismo segundo descubro y recuerdo que es delicioso. La garganta me arde pero es un ardor caliente, como una mano que baja desde mi boca hasta el vientre. Cuando llega ahí se siente bien.
- Otro.
Me mira y le sale algo así como un tercio de sonrisa. Mira al barman y ahora levanta las dos cejas, cerrando los ojos, abriendo las manos, encogiéndose de hombros. El barman sonríe y me sirve otro. Me lo bebo.
- Ahhh.
Me pongo una mano sobre el ombligo. Sonrío.
- Tengo una botella sin abrir en mi casa. Vamos.
Me vuelve el susto. No me atrevo a mirarlo. Ni siquiera a su ojo verde. Me imagino un sinnúmero de brutalidades y cosas asquerosas que este tipo odría hacerme. Me veo desnuda. Me veo golpeada. Me veo muerta.
Me levanto y salgo con él.
Está claro que me conoce. Aunque yo no tenga idea de quién es. Me conoce y eso hace menos probable que me mate a golpes.
Cuando salimos del bar miro hacia el rincón oscuro bajo la escalera. Algo brilla. Me convenzo a mí misma de que son los ojos de Abuelita, que está despierta, que lo ve todo, que se despide. Para siempre. Abuelita. Ese rincón oscuro es el último lugar seguro de la Tierra, y yo lo he perdido.
Llueve. Tiemblo. De miedo. Pero él cree que es el frío. Se saca el abrigo y me cubre con él. Está sucio, pero no huele mal. Me pone una mano gigante sobre el hombro y me conduce a un departamento destartalado, con ruido de cañerías y olor a ventanas cerradas.
Cierra la puerta y me deja ahí, parada. No dice nada. Toma el abrigo y lo cuelga, abre el refrigerador que está a un costado de la pieza. Saca una botella casi vacía y bebe un sorbo largo. Vuelve a pasarse la mano por la boca de la misma manera, frotando su nariz con el dedo índice. Guarda la botella a la que casi no le queda nada y se dirige a la cama, que está en la otra esquina de la pieza. Se sienta en ella. No hay sillas. Yo sigo parada en la entrada.
- No voy a acostarme contigo.
Me queda mirando con su ojo verde grisáceo. No sonríe. Yo tampoco. Tengo los dientes tan apretados que quizá se rompan. Quiero salir corriendo y no puedo.
De pronto deja de mirarme. Su ojo se fija en el suelo, después en la única ventana, justo en dirección opuesta a mí. No puedo ver su cara cuando habla.
- No, claro que no. Eso ya lo hicimos hace tiempo.
Entrar a un lugar que conoces, o sabes que conoces, pero no recuerdas. Para nada.
Me pregunto si las personas que me quedan mirando me reconocen. O sólo les parece curioso mi aspecto de vagabunda.
Camino lentamente, sin despegar la cabeza del frente, moviendo los ojos hacia ambos lados, con cuidado. Trato de no parecer asustada, pero entonces me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio. El miedo se me nota. Abuelita ya me lo había dicho.
Llego hasta la barra y me detengo. Hasta aquí llega mi plan. Conozco el bar, pero no reconozco a nadie. No tengo a quién acercarme. El barman no me mira, pero sus gestos indican que sabe que estoy aquí, de pie, y que la forma que tengo de estar de pie y la expresión de mi cara lo incomodan. Abro la boca, pero no me sale la voz. Probablemente se deba a que no tengo idea de qué decir.
- Sara.
Alguien dice mi nombre. Alguien a mi lado. Giro sobre mis talones y lo veo.
- Ah, mierda. Parece que no te ha ido muy bien.
Tiene el pelo largo y sucio. Tiene un abrigo café gastado y unos jeans grises gastados. Y le falta un ojo.
Lo miro pero no me muevo. Con el pie mueve una silla. Quiere que me siente. Le falta un ojo.
Gira hacia la barra y termina su trago. Levanta el vaso y el barman entiende el gesto. Le sirve otro. Se pasa la mano por la boca, el dedo índice justo bajo la nariz. Vuelve a mirarme. Le falta un ojo.
El otro es verde.
- ¿Te vas a sentar o no?
Su ojo verde es lindo. Tres líneas profundamente marcadas bajo el párpado inferior. Ojeras que no se irán jamás. La pupila es ancha y el verde es grisáceo. Si no te fijas en el ojo que no está y en la cicatriz que sí está, no es tan terrorífico.
Me siento. Temblando.
- ¿Lo mismo de siempre?
Asiento con la cabeza. Mira al barman y levanta la ceja con ojo. El barman me pone un vaso pequeño al frente, saca una botella y lo llena. Gin. Me lo tomo y en un mismo segundo descubro y recuerdo que es delicioso. La garganta me arde pero es un ardor caliente, como una mano que baja desde mi boca hasta el vientre. Cuando llega ahí se siente bien.
- Otro.
Me mira y le sale algo así como un tercio de sonrisa. Mira al barman y ahora levanta las dos cejas, cerrando los ojos, abriendo las manos, encogiéndose de hombros. El barman sonríe y me sirve otro. Me lo bebo.
- Ahhh.
Me pongo una mano sobre el ombligo. Sonrío.
- Tengo una botella sin abrir en mi casa. Vamos.
Me vuelve el susto. No me atrevo a mirarlo. Ni siquiera a su ojo verde. Me imagino un sinnúmero de brutalidades y cosas asquerosas que este tipo odría hacerme. Me veo desnuda. Me veo golpeada. Me veo muerta.
Me levanto y salgo con él.
Está claro que me conoce. Aunque yo no tenga idea de quién es. Me conoce y eso hace menos probable que me mate a golpes.
Cuando salimos del bar miro hacia el rincón oscuro bajo la escalera. Algo brilla. Me convenzo a mí misma de que son los ojos de Abuelita, que está despierta, que lo ve todo, que se despide. Para siempre. Abuelita. Ese rincón oscuro es el último lugar seguro de la Tierra, y yo lo he perdido.
Llueve. Tiemblo. De miedo. Pero él cree que es el frío. Se saca el abrigo y me cubre con él. Está sucio, pero no huele mal. Me pone una mano gigante sobre el hombro y me conduce a un departamento destartalado, con ruido de cañerías y olor a ventanas cerradas.
Cierra la puerta y me deja ahí, parada. No dice nada. Toma el abrigo y lo cuelga, abre el refrigerador que está a un costado de la pieza. Saca una botella casi vacía y bebe un sorbo largo. Vuelve a pasarse la mano por la boca de la misma manera, frotando su nariz con el dedo índice. Guarda la botella a la que casi no le queda nada y se dirige a la cama, que está en la otra esquina de la pieza. Se sienta en ella. No hay sillas. Yo sigo parada en la entrada.
- No voy a acostarme contigo.
Me queda mirando con su ojo verde grisáceo. No sonríe. Yo tampoco. Tengo los dientes tan apretados que quizá se rompan. Quiero salir corriendo y no puedo.
De pronto deja de mirarme. Su ojo se fija en el suelo, después en la única ventana, justo en dirección opuesta a mí. No puedo ver su cara cuando habla.
- No, claro que no. Eso ya lo hicimos hace tiempo.
12 Comments:
Un año escribiendo esto.
Y apenas vamos en el ochenta y tres.
Qué deprimente.
Y no vamos. Voy.
Empiezo a hablar en plural.
Mala cosa.
Te tengo totalmente bajo control, satita... (H)
Muérete.
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Aquila non captat muscas...
Say no more
de verdad que tienes que organizar tus prioridades...
Ké pasa! ¿Problemas con las noches lluviosas? Noches blancas ¿Por qué son azules? Hay que rodar como borrachos perdidos en la noche haciéndolas de Beats decadentes, las sombras del camino...
Aparécete mañana en mi cuchitril
para tu hueveo tarzán. ¿donde estás? ¿ya no estás en santiago? esta wea podria tener fecha, pa saber si sigue haciéndose o está abandonada.
Arriba del último post dice 25 de mayo...
Junio fue el mes del mundial, no jodan.
Y julio es el mes de las vacaciones.
Y no, hoy 15 de julio ya no estoy en santiago.
(esto sigue, por si acaso)
Dios mío.
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