Noventa
Un joven escritor hace lo que mejor sabe hacer. Lo cierto es que hace lo único que sabe hacer. Probablemente lo hace mal.
Mientras teclea palabras que se van pegando como engrudo, y que no tienen nada que ver con lo que el joven escritor tenía en la cabeza, en sus oídos suena la música de su disco favorito.
El escritor tiene una idea. Es genial. Y tiene la palabra justa. Es un genio. Entonces se agotan las putas pilas del discman y el joven escritor se queda a oscuras. Todo se va a la mierda. El mundo agarra el control remoto y cambia de canal, mientras eructa, se acomoda en su sillón, se rasca un testículo.
El joven escritor entra en pánico. No se mueve, su histeria no puede notarse en su cara. Un joven escritor es un joven cultor del fracaso, y debe saber ocultar la vergüenza. Hay que sonreírle a las chicas mientras caes en el abismo.
Imaginen esa sensación.
Es lo que estoy sintiendo mientras esta mujer me mira. Esta mujer con lágrimas rojas corriendo por su cara. Esta mujer con un tipo muerto en sus brazos.
Esta mujer que está mirando a un fantasma.
Bueno, técnicamente. Estoy muerto. La mayoría de la gente no me ve. Los recuerdos salen de mi cabeza y andan por el mundo con forma de niños y se rien y juegan y son bellos y no los soporto y se suicidan. Tengo un perro. Tengo cigarrillos.
Le ofrezco uno a esta linda señorita. Con mi sonrisa translúcida.
No soy Humphrey Bogart. Soy un imbécil.
La mujer deja de llorar. Ahora me mira con odio. Me pregunto si Sara me habrá mirado con odio alguna vez. Probablemente sí. Con miedo también. No sé por qué estoy tan seguro. Qué tristeza.
La mujer se pone de pie. Mueve su brazo y adivino: me va a dar una cachetada. Y de las buenas.
Carajo. Sigo sonriendo.
A diez, quizá nueve, quizá ocho milímetros de mi cara se frena en seco. No llora. No grita. Aúlla.
Una vez. Una vez muy larga. Creo que tiemblo. Qué tristeza.
La mujer cae al suelo. Tiembla. Las manos crispadas se toman la cara. La rasguñan. Más lágrimas rojas. Un sollozo suave, que parece habitual.
Por fin dejo de sonreír. No creo que eso cambie mucho las cosas.
Frito se acerca. Me lame la mano. Sabe que estoy en problemas. Los niños se acercan, callados. Uno se adelanta y camina hacia la mujer. Ella no se da cuenta hasta que el niño está a ocho, quizá nueve, quizá diez centímetros de sus manos.
La mujer se pone a gritar, mientra se aleja como puede, sin levantarse. Sólo atino a pensar que esta mujer es una colección de sonidos tristes. Y que hacen temblar.
Los niños cambian. Vuelven a sonreír. Qué mierda les pasa. El de más adelante se ríe como si hubiese llegado Navidad. Se lanza feliz de la vida sobre la mujer que grita desesperada. Luego cae muerto.
La mujer grita más. Luego, cuando el niño desaparece, se queda callada y abre los ojos. Mucho. Se pone de pie, apoyada en la pared del callejón. Me mira con sus ojos grandes. Luego mira a los niños que sonríen. Luego me mira a mí. Luego a Frito. Luego a mí. Luego al suelo. Luego se cae.
La sujeto. Sus ojos se han hecho pequeños de nuevo. Iba a desmayarse, pero al final no.
Se queda callada un rato. Luego me mira. Sus ojos se abren de nuevo. Se pone agritar. Trata de zafarse de mí. Debería dejarla pero soy Humphrey Bogart. La sujeto. Grita más, se mueve más, me pega. Pasa un rato. Frito ladra.
Ella se calla. Me mira con ojos grandes. Se tranquiliza o lo disimula muy bien. Me convence y la suelto.
No estás muerto, me dice. Sí lo estoy, voy a contestarle, pero sigue hablando. Muchas frases, muy rápido, no las entiendo todas. Además no me habla a mí. Está pensando en voz alta. Entiendo algunas cosas, otras no. No está muerto, no está muerto, qué carajo, y el niño qué se hizo, y cómo, y por qué, y mis manos, y qué carajo, y etcétera. No todo es coherente en la vida pero quién soy yo para hablar de eso. Tranquilízate, le digo, me mira con ojos grandes y me dice no estás muerto, bueno le digo yo pero no puedo seguir, otra sarta de disparates en su boca. Es una linda boca pero no para de moverse. Tranquilízate, repito, pero ya ni me escucha. Sólo habla y habla y qué carajo, estoy muerto así que no me puede demandar. Le doy la cachetada que ella no me dio.
Me mira con sus ojos grandes. Luego se hacen pequeños. Las lágrimas rojas son del mismo color que su boca, que es hermosa pero se mueve. Deberías estar muerto, me dice, todo lo que toco se muere, me dice, se murió ese tipo, se murió ese niño, deberías estar muerto.
Soy Humphrey Bogart. Saco un cigarrillo.
7 Comments:
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Oye, "Humphrey". Si no se puede matar a los muertos ¿Cómo se mata a los fantasmas?
Aún así
¿Cómo se mata a los muertos que se creen fantasmas o a los fantasmas que se creen muertos, o a los muertos que son fantasmas, pero que no saben (o no quieren creer)que están muertos, o lo saben pero se hacen los güeones, o aquellos que uno no quiere creer que están muertos...?
¿Será este un caso para el Ecto-1?
Bueno, tú sabes de estas tanatológicas divagaciones.
Envía a alguien.
Con mi café y mi chocolate.
No te has fumado un pito en mucho tiempo, eh?
p.d.- Ecto-1? Mejor Eco-Victor... con tu café y tu chocolate.
un joven escritor debe ser también un cultor de su desaparición. (como dijo el vijeo marica). es la mejor forma de encontrarse.
Vivallo, no sé si compartimos una poética translúcida o sólo nos pica la rabia de estar convirtiéndonos en personajes de Vila-Matas. Tampoco sé qué será mejor.
Creo que mejor es no decir nada, mi (ahora laureado por la academia, -¡vaya!) amigo Haym. Pero la necesidad me obliga a confesar que la respuesta es otra. Y no tiene que ver tanto con abrigos, sombreros de fieltro y desapariciones orquestadas por un dispsómano jazzista de ojos rojos, no tiene que ver tanto con ciertos oscuros callejones de París o Nueva York, digo, como con ciertas intoxicaciones. Me explico: es todo culpa de la realidad y su empalagosa telenovela desgraciada y mal escrita. Habían dos caminos: resignarse o resignarse y pegarse un tiro. Y nosotros nos pusimos el cañón de una 9mm en la sien. Y ¡Ban Bang! Y, ¡"surprise You're dead"!, mi querido Haym. Y aquí estamos. Aún con los ojos abiertos (Ojos entrecerrados siempre sospechosos, por supuesto). Bebiendo cocteles en el bar de este sombrió crucero a la deriva con el resto de los desaparecidos.¡Mira nomás quién viene ahí! ¡Doctor Pasavento, pero qué alegría verlo! ¿Una copa, Doctor? ¿O debería decir, Robert?...JAJAJAJAJ...¡Salud!
Publicar un comentario
<< Home