Ochenta y cinco
Así que ahora veo fantasmas.
Porque la parejita que se alejaba no podía ser verdad, no mientras sus cuerpos eran colocados en bolsas de plástico y recogidos por unos paramédicos. La gente no podía hacer tal escándalo porque sí, las viejas no podían gritar ni llorar ni incluso desmayarse si aquí no hubiese pasado algo atroz y horrible como lo que yo vi que pasó.
Mierda. Ahora sí que necesito un cigarro.
¿Pero cómo? ¿Cómo? Esto no es algo que suceda todos los días. De hecho, esto no es algo que suceda jamás. Uno no ve gente muerta caminando por la calle. Abrazados. Felices.
Quizás el hambre me tiene alucinando. Quizás ya estaba loca antes de olvidarlo todo.
Sí. Quizás me escapé de uno de esos lugares, oscuros, que de noche se llenan de risas extrañas. Quizás tengo múltiples personalidades, y ésta es nueva. Sara ha aparecido sólo para que yo no tenga que hacerme cargo de todo el pasado que, así como vamos, debe haber sido horrible.
Pero no. Muy dentro de mí, siento que así no son las cosas. Que siempre he sido Sara. Que el abuelo de Sara, dueño del Chevy del 55, era mi propio abuelo y no una historia inventada. Que algo malo debe haber pasado antes de haberlo olvidado, pero que yo no estaba loca.
Aunque puede que ahora sí lo esté.
O que Sara sea la loca que intente hacer su vida cada vez menos cuerda.
Qué importa. Lo que importa ahora es la sopa caliente.
Debí adivinarlo desde que vi y escuché al vagabundo. Si una busca, puede encontrar gente buena en cualquier parte. O, al menos gente que te convide algo de sopa caliente. O tibia. O agua tibia con leve sabor a verduras podridas.
La abuelita tiene más arrugas de las que yo podría contar. Habría que añadir todas las que esconde la mugre en su cara. Me mira, sonríe, entrecierra los ojos y aparecen cien arrugas más.
Le faltan varios dientes. Los que quedan agradecerían caerse. Estoy loca. La sopa es deliciosa.
La abuelita me mira y sonríe. Le cae una gota de lluvia en la nariz. Mira ahcia arriba y abre la boca. Luego la cierra y me mira. Sonríe otra vez mientras me ofrece un cartón para cubrirme de la lluvia que comienza.
Una parte de mí desearía estar junto a una ventana abierta, la estufa encendida, un cigarro en la boca, mirando la lluvia, esperando alguien. No sé a quién, pero sé que ese alguien tiene un nombre. No lo recuerdo.
Esa parte mía se queda callada y se hunde en el sueño. Afuera queda una niña de unos ocho años, que llora a grito pelado y abraza a su abuela llena de mugre en la cara, tapada con un cartón en la calle.
Porque la parejita que se alejaba no podía ser verdad, no mientras sus cuerpos eran colocados en bolsas de plástico y recogidos por unos paramédicos. La gente no podía hacer tal escándalo porque sí, las viejas no podían gritar ni llorar ni incluso desmayarse si aquí no hubiese pasado algo atroz y horrible como lo que yo vi que pasó.
Mierda. Ahora sí que necesito un cigarro.
¿Pero cómo? ¿Cómo? Esto no es algo que suceda todos los días. De hecho, esto no es algo que suceda jamás. Uno no ve gente muerta caminando por la calle. Abrazados. Felices.
Quizás el hambre me tiene alucinando. Quizás ya estaba loca antes de olvidarlo todo.
Sí. Quizás me escapé de uno de esos lugares, oscuros, que de noche se llenan de risas extrañas. Quizás tengo múltiples personalidades, y ésta es nueva. Sara ha aparecido sólo para que yo no tenga que hacerme cargo de todo el pasado que, así como vamos, debe haber sido horrible.
Pero no. Muy dentro de mí, siento que así no son las cosas. Que siempre he sido Sara. Que el abuelo de Sara, dueño del Chevy del 55, era mi propio abuelo y no una historia inventada. Que algo malo debe haber pasado antes de haberlo olvidado, pero que yo no estaba loca.
Aunque puede que ahora sí lo esté.
O que Sara sea la loca que intente hacer su vida cada vez menos cuerda.
Qué importa. Lo que importa ahora es la sopa caliente.
Debí adivinarlo desde que vi y escuché al vagabundo. Si una busca, puede encontrar gente buena en cualquier parte. O, al menos gente que te convide algo de sopa caliente. O tibia. O agua tibia con leve sabor a verduras podridas.
La abuelita tiene más arrugas de las que yo podría contar. Habría que añadir todas las que esconde la mugre en su cara. Me mira, sonríe, entrecierra los ojos y aparecen cien arrugas más.
Le faltan varios dientes. Los que quedan agradecerían caerse. Estoy loca. La sopa es deliciosa.
La abuelita me mira y sonríe. Le cae una gota de lluvia en la nariz. Mira ahcia arriba y abre la boca. Luego la cierra y me mira. Sonríe otra vez mientras me ofrece un cartón para cubrirme de la lluvia que comienza.
Una parte de mí desearía estar junto a una ventana abierta, la estufa encendida, un cigarro en la boca, mirando la lluvia, esperando alguien. No sé a quién, pero sé que ese alguien tiene un nombre. No lo recuerdo.
Esa parte mía se queda callada y se hunde en el sueño. Afuera queda una niña de unos ocho años, que llora a grito pelado y abraza a su abuela llena de mugre en la cara, tapada con un cartón en la calle.
3 Comments:
termina "apuntes..." mejor. yo cacho.
Jajajaja!!
Hasta que me senté a leerlo... hacía rato que tenía ganas...
Una lectura tentativa: poner un disco de Stockhausen, y sentarse a leerlo con una luz tenue en una habitación vacía, mientras la vida transforma lentamenten una película de David Lynch... Lo más curioso... el disco se acaba en el segundo exacto en que se termina de leer la última palabra... En este caso particular, el disco se titulaba Sirius, pero experiencias previas parecen inidicar que cualquier obra del susodicho sirve...
Y hablando del rey de roma, el autor que se asoma...
en fin...
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