lunes, julio 18, 2005

Noventa y cuatro


Un cigarrillo.
La noche no termina de acabarse. Los gritos no dejan de oírse. El humo de los cigarrillos viaja rápido, muy rápido, escapa de nosotros junto a pequeñas partes de nuestra vida, y al reunirse sobre el cielo nocturno comienza una función de cine para las nubes. Ahí verán a sus hermanos pequeños disfrazarse de aquél que hace poco los expulsaba de su cuerpo, sólo para chupar nuevamente el cigarrillo y producir nuevos seres de humo, para expulsar como suspirando alguna otro segmento mínimo de su vida, un segundo que no valga la pena recordar.
A veces la comedia del humo es tan triste que las nubes lloran. Ese podría ser un verso barato.
El ala de mi sobrero me indica que llueve, aunque yo jamás he usado sombrero. Son las gotas que se evaporan antes de tocarme, será el humo que no quiere volver a un cuerpo que ha matado.
A mí no me mató el cigarrillo. Al menos no todavía. A mí me mató la espalda de Sara, mientras se alejaba, rápido, sobre esas dos piernas que corrían furiosas.
Me pregunto qué dira la Luna de todo esto. Cuando estaba vivo miraba la Luna por horas. Ahora que estoy muerto, o en medio, casi nunca miro hacia arriba. El suelo y los paisajes del pavimento abren posibilidades infinitas.
La Luna. Una roca gigante, imperfecta, llena de cráteres, solo polvo, sin colores, sin vida. Como tantas cosas que consideramos bellas. Discutir sobre la Belleza toma demasiado tiempo, incluso discutiendo con uno mismo. Una palabra sin brazos, que no puede sujetar todo lo que contiene y se desparrama, como las tripas de un animal luego de un certero corte a través del vientre. La sangre fluye como el vino, rojo furioso que se apaga al derretirse contra el suelo. Luna. Belleza.
Quizás es sólo que estamos muy viejos.
Miro fijamente la brasa siempre cambiante de mi cigarrillo. Alguna vez tuve la suficiente mezcalina en el cuerpo para ver una ciudad entre las brasas. Habrá sido la capital del Infierno. Pero era pequeña, no cabríamos todos. Quizá si nos hacemos humo. O polvo.
Hace frío. Eso creo. A mi alrededor todo se congela, menos el humo y mi cuerpo, que no deja de estar frío y no importa. Una polilla se me acerca, pero qué perdida está. Con el índice de la mano derecha le señalo el camino al farol más cercano. Me susurra unas palabras al oído, que no repetiré. Las últimas palabras de alguien deberían ser siempre un misterio.
Con la mano izquierda sujeto el cigarrillo que se acaba. Mi vida, o lo que queda de ella, o lo que soy ahora, parece una mala broma por parte de los finales. Los cigarrillos siempre se acaban, como la felicidad, y como ella, lo próximo que sientes en la boca es amargo, como el filtro que te fumas por equivocación.
Otra frase que sirve, y que como verso sería una mierda. Alguna vez tuve amigos poetas. Se los llevó la Poesía a ese lugar oscuro donde los mata por la espalda, mientras tosen y con un pañuelo esconden la tuberculosis. Algunos llaman a esas convulsiones con sangre inspiración.
Debería estar borracho. O drogado. Así podría darle una banda sonora decente a este fragmento, y hacerlo patéticamente hermoso, en vez de sólo patético. El borracho que habla con música de fondo es una fuerza de la naturaleza. Es como hacer el amor con las bocas tapadas, escuchando las olas morir entre las rocas. Ojalá Kerouac haya estado borracho, o haciendo el amor, para el caso da lo mismo, mientras grababa esos discos que alguna vez oí.
Último beso al cigarrillo. La última bocanada de humo. Quisiera guardarla en mi boca, masajearla, darle más de mí de lo que se lleva, pero para qué. Suelto el humo sin prisa, pero sin vacilar. Forma mil semblantes de mil personas que jamás veré, o que he visto y olvidado, antes de subir a las alturas. Le hablará de mí a las nubes. Con suerte, las hará llorar y podré retirarme entre la lluvia. Eso se vería bien, aún sin música. Los vagabundos que lo vean podrán aplaudir, si alguna vez vieron alguna película decente. Algún observador casual me verá desaparecer, luego verá la Luna y sentirá miedo. Irá a su casa y descubrirá el gran valor que tienen las estupideces. Pensará que ha nacido de nuevo. Nada más falso, excepto quizás yo mismo.
Se acabó. Murió aplastado entre el suelo y mi zapato. Exhaló un último aliento y se apagó para siempre. Que tristeza. Si no lloran por mí, háganlo por él.
Me levanto con la cabeza baja. Pienso en unas últimas palabras, antes de alejarme.
No las diré.

4 Comments:

Blogger Rodrigo Haym said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

5:33 a. m.  
Blogger Astrodog said...

Por la chucha, había bencina!!

1:30 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

saludos, monseñor pico negro.

2:18 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡mi señor don monseñor! ¡mi señor don monseñor!, por favor ayúdeme a salir del infierno en el que he venido a caer por culpa de la droga, ¡por favor, mi señor don monseñor!
estoy podrido mi señor don.
estoy podrido, como dijo el diego.
pero no yo esnifo coca.
ni soy el mejor jugador de fútbol del mundo.
pero empiezo a ver cosas.
¿qué cosas?
mmm...figuras.
¿qué tipo de figuras? ¿reales?
a veces. a veces también son voces.

12:20 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home