lunes, marzo 05, 2007

Sesenta y nueve

Correr sin pensar. Sólo correr hasta que el ruido de los disparos desaparezca. Aunque hace varias cuadras que sólo está en mi cabeza.
¿Dónde estoy? Podría ser la pregunta más importante para una persona normal, pero en mi caso da más o menos lo mismo. Todos los lugares son igual de desconocidos para mí.
Y sin embargo basta mirar en cualquier dirección para sentir un aire familiar. No solo aquí, sino en todas partes.
Probablemente ya haya recorrido todas estas calles. Probablemente alguna de esas ventanas sea la de mi casa. Pero todo es igual. Ese aire familiar no varía, se mantiene tenue dondequiera que mire.
¿Dónde estoy? Ni siquiera vale la pena preguntar, porque me darían un nombre que no me diría nada.
El tuerto - vaya, no recuerdo su nombre y olvidé preguntárselo - era mi única esperanza de saber cosas sobre mi pasado. Él podría haberme llevado a mi casa. Habría visto a mi familia. Habría comido cosas con un sabor familiar. Habría dormido en mi cama.
Aunque, pensándolo bien, sin recordar todas esas cosas, seguirían siendo ajenas a mí.
Tampoco podré encontrar a Rodrigo Haym, que al parecer es a quién debo encontrar.
Es un poco ridículo pensar que fui su mujer y no poder recordarlo. ¿Qué pasará si lo encuentro? ¿Bastará con verlo para recordar todo? ¿O miraré sus ojos y no me dirán nada?
Odio tener que repetirme hasta el cansancio que no sé nada.
Así que dejo de pensar y decido preocuparme por lo que le pasa a mi cuerpo. Y pasa que mi estómago suena. Tengo hambre.
Busco un café. Doy con una fuente de soda. Reviso mis bolsillos. Ah, el tuerto dejó unos billetes ahí. Quizás sabía que nos separaríamos pronto. Claramente sabía quienes lo perseguían.
Entro y pregunto si tienen café. No, pero tienen té. Está bien. Y un sandwich.
Como despacio para saborear bien el sandwich, porque difícilmente podré gastar el dinero que me queda en más comida. Trato de pensar en qué hacer; necesito un lugar donde dormir, más comida y más dinero. Echo de menos a la abuelita, pero no quiero volver a dormir en la calle. Además, si vuelvo por ahí podría toparme con los que perseguían al tuerto y podrían reconocerme y podría terminar muerta.
Dinero. Necesito dinero. Así que pido el diario y reviso los avisos económicos. Por la cantidad de anuncios, está claro que el mejor empleo por estos días es ser puta, pero no, gracias. También piden choferes para repartir materiales industriales. No sé conducir, o no lo recuerdo. Necesitan vendedoras por catálogo. Podría ser. Vaya, aquí hay algo extraño. Se necesitan personas con buena voz, posibilidad de trabajar en casa, anticipo conversable.
Llamo al mozo y le pregunto si tengo buena voz. El mozo me mira de arriba abajo y sé que enlo último en que se está fijando es en mi voz. Finjo molestarme y se pone nervioso.
Tiene usted una hermosa voz, señorita.
¿En serio?
Por supuesto.
Qué más da. Le creo. Le pago y le digo que necesito el diario, luego le pregunto cómo llego al lugar donde ofrecen el empleo. Lo obligo a recomenzar sus explicaciones tres veces, dándole a entender que nada es obvio para mí. Igual no le molesta, así puede mirarme más tiempo. Finalmente anota todo en un par de servilletas y me despide asegurando que no puedo perderme. Sólo espero que tenga razón.
Tres horas después, y gracias a la ayuda de varias personas, llego a mi destino sudada, emputecida y con dolor de cabeza. Mi destino es una casa vieja sin ningún cartel ni timbre. La puerta está abierta y me deja ver un pasillo muy oscuro, iluminado por dos ventanas mínimas y sin atisbo de luz eléctrica.
Esto me empieza a dar miedo. Ya no parece tan buena idea haber venido. Me doy la vuelta, pero antes de salir escucho una voz lejana que me dice que pase. Hay algo en esa voz que me tranquiliza.
Si es la voz de un asesino en serie, entendería que sus víctimas cayeran redonditas. Su voz hipnotiza.
Comienzo a caminar y descubro tres, cuatro pasillos más, todos a oscuras, ninguna ampolleta, las puertas y ventanas tapiadas. Estoy aterrorizada pero sigo avanzando. Hasta llegara la última puerta, la única abierta. En su interior tampoco hay luz, excepto unos pocos rayos que caen de un techo claramente arruinado. Después de un rato logro distinguir los bordes de un escritorio y a una silueta humana detrás de él.
Pase, pase, adelante.
Vengo por el anuncio del diario.
Cuénteme de su vida.
Me quedo en silencio.
Es para apreciar su voz.
Es que no sé mucho. Al parecer tengo amnesia y no recuerdo casi nada. Sé que me llamo Sara y algunas cosas más que no viene al caso mencionar.
Entonces cuénteme cómo llegó aquí.
Le cuento la historia de cómo vi el anuncio en la fuente de soda y las siguientes tres horas de tortura. Se queda callado un rato. A estas alturas, ya me doy cuenta de que es un anciano. Su voz tiembla y su respiración se basa en resoplidos, pero sigue siendo cálida.
Su voz es hermosa, me dice luego de un rato. Pero no me queda muy claro qué tipo de historias podría relatar su voz.
No entiendo.
Su voz es demasiado hermosa para contar una historia trágica. Y una historia feliz, o ligera, desperdiciaría su voz.
No entiendo.
Déjeme pensar.
¿Podría explicarme...?
Lo tengo. O, en realidad, es sólo una corazonada. Experimentaremos. ¿Necesita un adelanto?
Sí, pero todavía no entiendo en qué...
No me escucha. Abre un cajón del escritorio y saca algo. Luego se levanta con dificultad y camina con dificultad hasta una pared, y saca algo de ella, con dificultad. Descubro que las paredes son estantes. Camina hacia mí, con dificultad, y me pasa tres cosas.
Meintras antes termine mejor, pero en realidad puede tomarse el tiempo que quiera. Lo importante es que salga bien.
Y vuelve a sentarse. Supongo que ya puedo irme.
Me quedo diez minutos bajo el umbral de la puerta principal, mirando el suelo y temiendo que no esté encandilada sino definitivamente ciega. Al fin mis ojos se readaptan al mundo normal y puedo ver qué es lo que me pasó.
Un fajo de billetes.
Una grabadora.
Y El Libro de la Risa y el Olvido, de Milan Kundera.

1 Comments:

Blogger Astrodog said...

Yo esperaba que este capítulo fuese más sorprendente(en oh!nor a este manoseado -já- número)... Quizás como un ejercicio de literatura palidromística, ambidireccional, a dos manos (perhaps)

Anyways...

Saludos.

No hay plazo que no termine ni deuda que no se pague.

No me he olvidado.

Just wait...

Over and out.

Cuddles... ;)

1:53 p. m.  

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