miércoles, enero 04, 2006

Ochenta y ocho



Me llamo Sara. Es todo lo que sé.
Como es lo único que tengo, me quedo masticándolo como un chicle. Y al final se le va el sabor. En este caso, termino preguntándome si en realidad me llamaré Sara. Si en realidad Sara soy yo. Si la verdadera Sara no andará por ahí, tranquila, sin frío ni hambre, con ropa. Por ahí.
No quiero dudar de lo único que sé acerca de mí misma. No quiero.
Tampoco quiero llorar, pero parece que eso es lo que va a pasar.
Estoy sola. Por dentro y por fuera. No tengo a nadie. O no recuerdo a nadie. Y por dentro sólo soy un envase. Sin recuerdos no hay nada.
No puedo llorar. No ahora. Estoy desnuda, carajo. Y muerta de frío. Debo encontrar ropa antes de derrumbarme.
El problema es simple. De dónde carajo saco ropa. No tengo dinero para comprar nada. No puedo entrar a una tienda desnuda. No puedo caminar por la calle desnuda. Sólo me puedo quedar en este callejón. Sólo tengo mi nombre.
Otra vez las ganas de llorar. Más fuertes. Pero no puedo.
Estoy totalmente perdida. No hay nada que pueda hacer, excepto esperar. Algo. No sé qué. No creo en los milagros. Dudosamente un ángel bajará con un pantalón, una polera y unos calzones. Pero sería tan hermoso que en este momento ese ángel apareciera. Y con un plato de comida caliente, además.
Creo que estoy entrando en shock. Ni siquiera voy a alcanzar a llorar. Me quedaré callada, tiritando y mirando un punto fijo, o me pondré a gritar como histérica. De todas formas será peor que ahora.
Y mi ángel no aparece.
Tengo que pensar en algo para evitar el shock. Mis piernas no dejan de temblar y no las puedo mover. Debo buscar algo, algo más allá de mi nombre, que de tanto repetirlo ya no es ás que cuatro letras pegadas. El chicle sin sabor.
Sara. Sara. Sara. No sirve. Otra cosa. Pero no hay nada en mi cabeza... excepto, claro, cómo olvidarlo, el niño que me dio mi nombre. O algo así. Llegó, desapareció y recordé. Magia. Un niño hermoso. Y se reía de manera hermosa. Un tanto desesperante, pero hermosa.
Él debe haber sido mi ángel. Y en lugar de darme ropa, me dio mi nombre, algo mucho menos útil. No sé si llegará a ser valioso. No sé si viviré mucho más. O quizás sí viviré, de hecho lo más probable es que no muera, pero si entro en shock y despierto en algún oscuro lugar rodeado de oscuros pasillos... carajo. Me estoy poniendo histérica.
Mi ángel. Mi ángel. Te fuiste y me dejaste sola. Sola con mi maldito nombre que no tiene sabor.
Miro hacia arriba, en busca de mi ángel. Una gota de agua me cae en el ojo. Maldición.
Para cuando cae la segunda gota sobre mi pierna izquierda, ya he entrado en pánico. Va a llover y yo no tengo ropa. Agua sucia, frío, resfrío, neumonitis, coma, muerte.
Dios mío, quiero un cigarrillo.
Miro hacia arriba en busca de mi ángel. Luego miro el suelo en busca de un Viceroy rojo. Luego miro al frente y hay un viejo que se ríe.
Un viejo sin dientes que se ríe y adivino que fue la botella, mejor dicho lo que había dentro de numerosas botellas, lo que le botó los dientes. Esas botellas pasadas se escapan de su garganta, se pegan al aire, me llegan a la nariz, me emborracharían a mí también si no fuera por el pánico.
Tengo tanto miedo que ni siquiera puedo desmayarme. Sólo atino a entrecerrar los ojos, porque las lágrimas pican, y a sorber con la nariz, mientras tapo lo que puedo con mis manos.
El viejo se ríe. Y se frota las manos, el muy degenerado.
Y entonces aparece mi ángel, otra vez. O algo así.
Es parecido, pero no igual. Es un niño rubio que se ríe sin para y camina hacia mí. Pero no es igual...
Viene corriendo hacia mí. El viejo lo ve y queda estupefacto. El niño le sonríe y corre hacia mí. Justo antes de tocarme se desintegra, como si le hubiese caído una docena de rayos encima.
Suena un trueno. El viejo me mira.
Entonces se pone a reír de nuevo.
Pero ya no se frota las manos. Y su risa es distinta. Es cálida. Su mirada también. Aunque tenga un ojo de vidrio.
Un angelito, dice. Un angelito como los del fantasma del otro día. Un angelito.
Me mira feliz con su ojo de vidrio. Yo lo miro desesperada con los ojos vidriosos por las lágrimas. Está loco.
Usted es o angelito o fantasma. Yo diría que angelito por lo bonita, pero sabe que tiene la misma cara de perdida del fantasma. A lo mejor es las dos cosas, cómo sabe.
Quisiera decirle que no soy ni fantasma ni ángel ni nada. Qusiera gritarle en la cara que soy una mujer común y corriente, asustada, que necesito ahora mismo algo que ni yo misma sé lo que es, pero puedo sentir su ausencia. Quisiera golpearlo, pasarle las uñas por la cara, apretarle el cuello con fuerza.
Tengo frío, susurro, y me caigo al suelo.
El viejo se me acerca sonriente, se saca el abrigo, me lo pone encima y se da media vuelta.
A lo mejor usted es la mujer de la que hablaba el fantasma, me dice despidiéndose con una mano huesuda y sucia. El ojo de vidrio no parpadea.