martes, abril 03, 2007

Sesenta y siete

Encerrada.
Para que no me encuentre.
Quizá, incoscientemente, ése era el plan.
Después de darme cuenta seguí encerrada.
¿Eso quiere decir algo?
No lo sé. Ya no importa.
Estoy afuera. Estoy dentro de una librería de viejo y, por alguna razón, siento que es el peor lugar para esconderme de él.
La librería está vacía. Cuando entré había un tipo de mi edad sentado en un escritorio. No me prestó mayor atención. Al rato se me acercó y me preguntó si buscaba algo. Le dije que sólo miraba. Puso cara de ofendido y salió de la librería. Ahora estoy sola aquí.
Cada vez que devuelvo un libro a su lugar correspondiente tengo la sensación de que él va a entrar.
No recuerdo su cara, ni su cuerpo, ni su ropa, ni nada. Pero siento que va a entrar y sabré que es él.
No quiero que pase. No quiero que entre. No quiero que me encuentre.
Y entonces, ¿qué hago aquí?
Decidí salir de la casa. Luego de pensar en que quizá me estaba encerrando para huír de él, el departamento se hizo grande, mucho más grande de lo que en realidad es. El techo se hizo más alto, la pieza más espaciosa. No me gustó.
Y, de pronto, un día, sentí como si las paredes ya no pudiesen crecer más, como si se hubiesen estirado demasiado, y de pronto comenzaron a encogerse violentamente, como elásticos tensados al máximo y luego puestos en libertad.
Todo comenzó a encogerse, todo hacia el centro que era yo, y antes de desaparecer en mi encierro, tragada por mi propia casa, abrí la puerta y salí corriendo.
Luego de un café y un cigarrillo pude tranquilizarme y decidir que, ya que estaba fuera, bien podía dar un paseo para que, al volver, la sensación de encierro no volviese a producir cambios dimensionales perturbadores.
Las calles estaban frías. El día estaba nublado. La gente caminaba apurada.
Las paredes de piedra de los edificios más viejos soltaban una rara humedad que antecede a la lluvia. Una humedad que no se siente al tocar las paredes, pero puede olerse en el aire. El sudor de la roca.
Dando vueltas y vueltas terminé frente a la vitrina de la librería. Miré al interior y sólo estaba el tipo de mi edad en el escritorio, leyendo en silencio. Comprendí que no encontraría un lugar más tranquilo que ése y decidí entrar para ordenar mi cabeza mientras examinaba libros.
Y ahora me quedé sola en este lugar, en completo silencio.
Tomo un libro. Alicia en el país de las maravillas pienso en el crecimiento y posterior encogimiento de mis paredes y a través del espejo y en lo difícil que es mirarme al espejo y apuntarme con el dedo y decir ésa soy yo cuando me faltan tantos recuerdos Fantasmas y a veces me pregunto incluso si estoy viva, si no soy más que un recuerdo de alguien Pygmalion pero cómo un recuerdo va a tener vida propia, cómo un recuerdo va a tener recuerdos, aunque ahora no los tenga pero los vaya recuperando, déjate de estupideces, eres real Recuerdos inventados y si yo soy real, entonces quizá él sea un recuerdo, un recuerdo inventado que me forcé a mí misma a creer que era real, o quizá me sugestionaron las palabras del Tuerto, quizá a él tampoco lo conocía y e inventé su recuerdo ahí mismo, quizá todo es mentira, quizá lo único real seamos yo y estos libros Relatividad conceptual no, carajo, no, basta ya de paranoia, relájate, relájate y piensa bien Un mundo feliz sí claro Ilusiones ya no más, por favor, mejor me devuelvo a mi casa La prisionera mejor no La fugitiva pero por qué huyo El tiempo recobrado ¿puede recuperarse el pasado? ¿puede dejar de ser un recuerdo? Y si ya no se tiene ese recuerdo, ¿cómo recuperarlo? La ignorancia no recordar es no saber La identidad no saber es no haber vivido Confieso que he vivido viva el sarcasmo, piensa en otra cosa, trata de saber, trata de recordar, ¿recordar qué? algo que te lleve a tu pasado El amante trata de recordar a Rodrigo Haym El libro de las preguntas ¿cómo era su voz? ¿como eran sus ojos? ¿cómo eran sus manos? ¿cómo sonaba su risa? ¿por qué me enamoré de él? ¿lo hice? ¿cómo...?
Entonces entra un niño en la librería. Un niño hermoso. Un niño que se ríe.
Se acerca a mí y comienza a desdibujarse. Antes de desaparecer, deja de reír, me mira a los ojos y abre la boca. Su mirada duele.
Si te adelantas pierdes. Si te rindes pierdes. Si no lo encuentras pierdes.
Eso dice.
Y despaparece.

Y luego desaparezco yo, de la librería. Suelto el libro en mi manos - Me voy - y salgo corriendo, con la cabeza baja, para que nadie vea que estoy llorando. De pena. Y sonriendo. De algo que no sé si es alegría pero definitivamente es algo cálido y agradable.
Puedo recordar las manos de Rodrigo Haym. Y es un recuerdo cálido y agradable.
No logro recordar el resto. Pero ahora quiero hacerlo.