Ochenta y nueve
No sé quién soy.
No sé mi nombre. Más aún, no sé quién soy. Es diferente. Creo.
No sé.
Miro mis manos. No sé por qué. No encuentro nada. Las líneas no tienen ningún significado. No hay marcas. Ni cicatrices. Ni mi nombre. Por ningún lado.
Hace frío. Es de noche. No tengo miedo. Tengo ganas de fumar. Y de comer algo.
Y de no estar desnuda.
No se me ocurre qué hacer. No sé donde estoy, no sé cómo llegué aquí. No sé como me llamo. No sé absolutamente nada.
Soy una completa ignorante. O una completa imbécil. Tampoco sé cuál elegir.
Tengo frío. Pero mis pies están aún más helados que el resto del cuerpo. Ahí abajo, tengo más frío.
Por lo menos, puedo juntar mis manos y soplar dentro. Mis manos no están tan heladas como el resto de mi cuerpo.
Mi nariz está húmeda. Odio tener la nariz húmeda. Digo, no sé si antes lo odiaba, pero ahora lo odio.
Es raro. Estoy desnuda, sin saber nada y totalmente perdida. Debería sentirme agobiada. Triste. Debería estar llorando. O gritando por ayuda. O corriendo hacia... algún lugar. Pero sólo estoy quieta, muy quieta. Esperando. Algo. Creo.
Trato de recordar algo, pero no lo logro. Descubro que ni siquiera sé cómo es mi cara. Me pongo un poco nerviosa. Me desagrada no saber cómo soy. Entonces pienso en que si aparece algún tipo y me ve desnuda en este lugar, estoy perdida. Y me río. Es una preocupación menos desesperante que el no poder recordar mi cara.
Este callejón es muy helado. Estoy tiritando. Mi estómago suena. Como una abuela lamentándose.
Cuando la abuela se calla, siento pasos. Viene alguien.
Estoy perdida.
Los pasos son cortos y ligeros. Pasa un rato y aparece ante mí un niño. Un niño hermoso. Y se está riendo.
Me río yo también. El niño se ríe con más fuerza, a carcajadas. Yo sólo estoy aliviada, el está definitivamente feliz.
Decido preguntarle algo, pero no se me ocurre qué. Claramente este niño no podrá decirme cómo me llamo, quién soy, o alguna otra cosa respecto a mi vida. Es inútil.
El niño se sigue riendo, tanto que su cara ya está roja, y tiene dificultad para respirar. Me asusto. No quiero ver a un niño muerto por asfixia. Tiene que dejar de reírse.
Como te llamas, le pregunto. Para que me responda y así deje de reír.
No me responde. Se sigue riendo. Más y más fuerte. Luego desaparece.
Mi boca se abre. Mucho. Mis ojos también se abren. Luego se cierran con violencia. Siento como si me clavaran un cuchillo en la cabeza. Sólo durante unos segundos, pero es insoportable.
Cuando el dolor pasa, abro los ojos. Estoy sola en el callejón. Desnuda. Helada. Hambrienta.
No sé por qué, pero sonrío.
No sé como, pero he recordado algo. Me llamo Sara.
Tengo que encontrar algo de ropa.