sábado, septiembre 06, 2008

Sesenta y cuatro

Y cuando creo que estoy muerta no lo estoy.
Y luego.
Cuando creo que me atropellaron y me rebanaron las piernas y agonizo y moriré proximamente, tampoco.
Y después.
Cuando creo que me dio algún ataque extraño y no volveré a moverme ni a articular palabra alguna en lo que me queda de vida, un eterno vegetal, resulta que parpadeo, levanto medio cuerpo y siento algo parecido a un puñetazo que me sale por la boca, desde lo profundo de mis pulmones y vuelvo a respirar después de un minuto o quizá más sin hacerlo.
Lo siguiente es que una abuela y un tipo sonriente y medianamente atractivo me levantan, la abuela busca un pañuelo y me lo pasa por la cara, el tipo medianamente atractivo sigue sonriendo mientras me mira las tetas - él cree que no le veo los ojos detrás de los lentes de sol -, algunos curiosos se acercan, otros se van, escucho voces diciendo que soy pobrecita, que soy loca, que soy hueona. La abuela me dice que vaya a un hospital. El tipo me dice que vayamos a su casa para que me de un vaso de agua. Como habla sin cambiar su sonrisa - con los dientes apretados - considero que lo más juicioso y apropiado es preguntarle si es ventrílocuo.
Para cuando me doy cuenta de que pregunté una estupidez el tipo ya ha perdido la sonrisa. Definitivamente juzga que estoy loca y resulta ser del tipo de hombre al que no le gustan las locas o, mejor dicho, no es del tipo inocente que cree que puede lidiar con una loca, así que me lanza una última sonrisa - aún más falsa que las anteriores - y se retira como un mago, caminando hacia atrás y haciendo un gesto que se vería bien si usara sombrero.

Me quedo con la abuela. Nos miramos y ambas sabemos que la otra sabe que el tipo aquel era un cretino. Me deja sentada en la terraza de un café donde me sirven un vaso de agua. Me aconseja por última vez que vaya a ver a un médico y se va. Para entonces ya no quedan testigos de mi desmayo / parálisis momentánea / cortocircuito / lo que sea. Y como ya no soy el centro de atención y estoy cansadísima -como si me hubiesen atropellado...- decido quedarme aquí. Pido un capuccino y busco en mis bolsillos hasta encontrar la cajetilla de cigarros completamente arrugada. Uno a uno saco los cigarrillos y compruebo que están rotos. Finalmente aparece uno que, a pesar de lo arrugado, aún resiste. Lo enderezo un poco y me lo pongo en la boca mientras busco el encendedor.

Pero no hay suerte. No lo encuentro por ninguna parte. Supongo que se me habrá caído antes. Echo un vistazo a las otras mesas, pero no hay nadie fumando. Debería rendirme y guardar el cigarro, pero tengo demasiadas ganas de fumar, así que me pongo a mirar a la gente que pasa, a ver si alguna va con un cigarrillo encendido.

Pero no hay suerte. Parece que nadie fuma en esta puta ciudad.

Y en eso, la guinda de la torta. Aparece un niño. Lo que significa que voy a recordar algo, pero antes voy a sentir cómo mi cabeza da vueltas y mi memoria crece, se reordena y acomoda. Una sensación no muy agradable. Y si el recuerdo es triste, será peor. Han pasado demasiadas cosas hoy. Demasiadas. Si recuerdo algo triste, seguro que me pongo a llorar. Y no quiero llorar en plena calle.

Como siempre, el niño se acerca, sonriente. Una sonrisa que encuentro cada vez más vacía. No sé si será por mi estado de ánimo, pero hasta la encuentro algo burlesca. No me gusta. Quiero que desaparezca rápido, junto con el resto del niño.

Pero no hay suerte. El niño se queda ahí, mirándome, como si esto fuera una película y ahora me tocara hablar a mí. Muy bien, pienso, si tengo que hablar, es un buen momento para decirle que él y los demás niños pueden irse a la mierda, y que me dejen de huevear de una buena vez. Así que abro la boca para decírselo. Pero, al hacerlo, se me cae el cigarro que aún estaba ahí.

El niño sonríe aún más y le brillan los ojos. Luego se agacha y recoge el cigarrillo. Me lo pasa y, acto seguido, saca de su bolsillo un encendedor. 

Vuelvo a ponerme el cigarrillo en la boca y espero que acerque su pequeña mano con el encendedor. El chispazo de la piedra me hace pestañear, y cuando vuelvo a abrir los ojos me llevo una sorpresa. Donde antes estaba el niño, ahora hay un tipo de mi edad, sonriendo mientras sostiene el encendedor. Lleva traje negro, camisa blanca y corbata lisa. Es atractivo. Muy atractivo.

No deja de mirarme ni de sonreír en ningún momento, y para cuando me doy cuenta de que lo estoy mirando con cara de estúpida, ya siento cómo me voy poniendo roja. Esto lo hace sonreír aún más. Su sonrisa no me parece vacía como la del niño, aunque algo raro tiene.

-¿Y el niño?

-¿Qué niño?

-El que estaba aquí antes. El que me prendió el cigarro.

-Yo te lo prendí.

-¿Me estás diciendo que tú eres el niño de antes?

-No soy un niño - Gran sonrisa. Como si le dijera algo obvio a una estúpida.

-Ya veo que no, pero tienes su encendedor y dices que hiciste lo que él hizo. Entonces...

-Nunca hubo un niño. No hay niños. No en este tipo de cosas.