lunes, febrero 05, 2007

Setenta

Siempre pasa que a uno se le olvida la palabra exacta, justo cuando necesita decirla para que su idea quede completa. Y no hay caso, el cerebro se bloquea y no es hasta un rato después, un día después o un par de semanas después que la palabra baja como una pluma y se posa en nuestra cabeza, cuando ya nadie la necesita.
Siempre pasa que uno se reencuentra con alguien cuya cara dice tanto, provoca la aparición de tantos recuerdos, experiencias y frases en la cabeza, y sin embargo el nombre de esa cara y ese cuerpo no están por ningún lado. Y cuando ya terminó la incómoda conversación que no escuchamos, preocupados de encontrar el maldito nombre, cuando la persona ya se aleja, bingo. Pero claro, si era ***.
La memoria es valiosa. Yo, al menos, no podría vivir sin mis recuerdos. Suena un poco desesperado, si pensamos que estoy en pleno proceso de olvidar todo poco a poco.
Pero no sólo me preocupa la pérdida de los recuerdos. Me preocupan su forma y su veracidad.
Así como estoy, rodeado de niños, no puedo asegurar que los recuerdos que quedan en mi cabeza no se hayan visto afectados, no hayan sido modificados por este proceso de vaciado. Y puedo ponerme paranoico y preguntarme si en realidad esos recuerdos no son sueños, o fantasías, o simplemente invenciones para ocupar el espacio vacío.
Por supuesto, todos mis recuerdos me importan, me conforman como persona, gracias ellos puedo decir que Rodrigo Haym es tal o cual persona. Sin embargo, en este momento desesperado, en que veo como los niños van desapareciendo lentamente, pero sin parar, me puedo dar el lujo de procuparme sólo de lo importante.
Todo esto para preguntarme con pánico si en realidad Sara no será diferente a como la recuerdo, o si acaso existe y no la he inventado.
--- o ---
¿En serio confías en él?
Tú deberías confiar más que yo. Tú lo conoces.
Lo sé. En realidad lo intuyo. Pero no logro recordarlo. Y de todas formas no confío mucho en él.
Bueno, supongo que es entendible, después de todo casi te mata a golpes.
Si es que acaso puedo morir. Si no, me habría golpeado hasta romperme todos los huesos, desfigurarme y más.
No hace falta dar detalles.
Bueno, si tú confías en él, yo confío en tu juicio. Además, si intenta cualquier cosa sólo debes tocarlo.
No seas estúpido. No estoy dispuesta a cargar con más muertos en mi vida.
Perdón. Pero al menos puedes asustarlo con eso.
No parece alguien fácil de asustar.
Y yo insisto en que no confío en él, pero si puede acercarnos a Sara, lo seguiré.
Y ¿en qué pensabas mientras él me contaba su historia con Sara?
¿Te contó de su historia con Sara?
Sí. Puedo contártela si quieres, aunque no obtendrás muchas pistas acerca de su paradero actual. Pero...
Cuéntame.
Primero cuéntame tú lo que pensabas hace un rato.
No es algo agradable. Estaba pensando en la veracidad de mis recuerdos.
¿Hace falta que te tortures más la cabeza?
¿Y qué pasa si Sara no es como yo la recuerdo? ¿Qué tal si en lugar de amarme me odia, o le soy indiferente? ¿Qué tal si en realidad no es la mujer perfecta que estoy buscando? ¿Qué tal si...?
Nadie es perfecto. Sara incluida, sea como sea.
Lo sé. No hablaba de mujer pefecta en parámetros universales. Hablaba de una mujer perfecta para mí. ¿Qué tal si ella no es como yo creo?
Siemper idealizamos al otro. Es probable que no sea como tú crees.
También lo sé. Pero ¿qué pasa sí...?
Basta. En serio. Deja de hacerte esto.
Necesito una respuesta. ¿Qué pasa si Sara ni siquiera existe, si en algún momento la inventé y ahora mi cerebro está lo suficientemente enfermo como para confundirla con una persona real?
Está claro que Sara existe. El tuerto la conoce. Termina con esto. Acepta que la Sara que recuerdas puede ser distinta a la verdadera, que en este tiempo puede haber cambiado, que puede que te vea y salga corriendo, no a abrazarte, sino a perderse de nuevo. Acepta todas esas posiblidades, pero como lo que son, posibilidades. No veo el motivo para sentirte más desgraciado de lo que ya eres.
Desgraciado, vaya, gracias.
Estás empecinado en encontrar a una mujer de la que sólo tienes recuerdos mientras los pierdes uno a uno. Créeme, nadie envidiaría tu vida.
Pero es mi vida. Tengo que vivirla hasta el final.
Eso ya es algo más optimista, por lo menos en tus términos.
Sara existe. Y la voy a encontrar. Y voy a volver a sentir sus manos en mi cuerpo, y a crear un nuevo recuerdo que será mejor que el anterior.
Así se habla. Vamos.
--- o ---
Sara existe. Y la voy a encontrar. Y voy a volver a sentir sus manos en mi cuerpo, y a crear un nuevo recuerdo que será mejor que el anterior.
Sara existe. Y la voy a encontrar. Y dirá mi nombre, y me sonreirá. Y todos mis recuerdos de ella serán ciertos.
Sara existe. Y me está esperando. Sólo debo saber encontrarla.
Estoy seguro de todo eso. Completamente.
Pero siento como la desesperanza se acerca lentamente, esperando una oportunidad de tragarme. Y si no es ella, está el olvido, mi propia cuenta atrás. Debo ser fuerte.
No quiero abandonar mi búsqueda. No quiero olvidar a Sara por no haberla encontrado.
Te necesito, Sara. Estoy tan cansado.
Déjame verte de nuevo. Antes de olvidarte.

domingo, febrero 04, 2007

Setenta y uno

Cuando conocí a Sara era una niña. O eso parecía. Lo cierto es que era una mujer adulta, tanto en edad como en inteligencia, pero por alguna razón seguía jugando a ser niña. Jugando a jugar.
Y probablemente por ahí pasó todo. Porque quería jugar y yo era lo suficientemente peligroso y diferente como para considerarme un juguete atractivo.
Durante mucho tiempo pensé que la había conquistado. Ahora sé que no pasó nada que ella no hubiese calculado. O por lo menos permitido.
Sonará cliché, pero éramos felices. Me miraba a los ojos, los dos, porque entonces aún no era tuerto, y me sonreía, y su mirada limpia y su sonrisa perfecta me hacían sentir indogno de una mujer tan perfecta.
Pero ella no era perfecta. Eso lo supe después. Y aunque nadie es perfecto, sus defectos la hacían, y la hace n incompatible conmigo.
Sara, lo entendí después, nunca estuvo dispuesta a no saber. Le atraía el misterio, pero no quería convivir con él.
Se enamoró de mí porque yo era misterioso. Porque no tenía idea de lo que pasaba en mi cabeza, porque no era capaz de calcular quién o qué era yo, siendo más viejo que ella y teniendo una vida claramente más difícil. Pero una vez que se convirtió en mi mujer, asumió que ese misterio debía desaparecer. Que ella había llegado para conocerme completamente.
Y había cosas que ella no debía saber.
En lo personal, consideraba que ella sólo debía saber que yo la amaba como a nadie. Además yo sospechaba, o mejor dicho sabía que ella también me ocultaba cosas, bien porque quería coquetear con su propia dosis de misterio, bien porque se avergonzaba del pasado, o simplemente éste no se acomodaba a su yo actual.
La diferencia es que yo estaba dispuesto a aceptar su misterio o, mejor dicho, aceptaba el hecho de que había elementos de su vida que no me incumbían.
Pero Sara no pensaba así. Todo el chiste de estar conmigo era desvelar el misterio. Los misterios. Conocerme. Perfectamente.
Y un buen día se decidió a preguntarme de qué vivía. Y yo callé por un rato, y luego inventé alguna profesión fácil y honrada. Y seguimos siendo felices.
Supongo que comenzó a sospechar cuando me quedé tuerto.
Sé perfectamente por qué terminé así, pero no recuerdo muy bien los detalles posteriores. Sé que llegué a mi casa, sin pensar en que le había dado mis llaves y en su promesa de esperarme esa noche en la cama. Sé que me sintió llegar y encerrarme en el baño, sé que me dije a mí mismo que era un estúpido por no tener seguro en la puerta. Sé que debería recordar su grito al verme, pero la verdad es que el terror le cerró la boca.
Sé que me vio con la cara cubierta de sangre y una mano tapando el agujero de mi ojo izquierdo. Y que ahí empezó todo.
Porque claro, Sara preguntó qué había pasado. Y claro, yo le dije que unos tipos me habían tratado de asaltar, que yo estaba borracho y quise defenderme, que al final fueron demasiados y decidieron vengarse por un par de tarados que dejé heridos en el suelo, y eligieron mi ojo como sacrificio.
Y claro, o al menos ahora claro, ella no me creyó.
Sus investigaciones fueron inútiles, porque eran infantiles. Pensaba que con sólo seguirme averiguaría todo. Pero si hubiese sido tan fácil yo habría muerto antes de conocerla.
De todas formas, aún sin pistas claras, comprendió que yo estaba metido en algún asunto raro. Y entonces comencé a sufrir un bombardeo diario de preguntas, escenas de celos fingidos y amenazas de largarse de mi vida. No importaba mucho, porque ella áun me amaba, o creía que me amaba, por el misterio. Y mis formas sutiles de esquivar el tema la fascinaban, pues le otorgaban más tiempo para estar conmigo y desenmascararme.
No le doy las gracias por haber seguido a mi lado después de perder un ojo y ganar una cicatriz que me cruza toda la cara. Es loable seguir amando a un desfigurado, pero yo sabía que Sara era más que eso. Sabía que me amaba por lo que era, no por como era. Y también sabía que a pesar suyo, había algo más en mí, aparte del simple misterio, que la forzaba a amarme.
En resumen, aunque Sara seguí empecinada en descubrir mis secretos, sin darse cuenta se había enamorado de mí. Quizá por eso mismo me dejó.
Pasó un día cualquiera. A esas alturas, Sara ya vivía conmigo y me esperaba sin preguntas, con la sola intención de lanzarse sobre mí apenas cruzara la puerta, y dejarse llevar hasta la cama. Pero ese día no la llevé a la cama. Ni siquiera la besé. Entré agitado, abrí un cajón y saqué algo que me guardé en el abrigo. Y cuando me disponía a salir, me la encontré en la puerta.
La conversación debe haber sido más corta de lo que recuerdo. Empezó a hacer preguntas y yo comencé a contestarlas, de forma rápida y vaga, porque tenía que salir de ahí lo antes posible.
Hasta que se lo dije: estaba apurado. Tenía trabajo que hacer.
Y ella preguntó, aún delante de la puerta, cuál era mi puto trabajo.
Y yo le respondí. Con la verdad.
Después de unos momentos de silencio se quitó de enmedio y pude salir sin problemas. A trabajar. Y cumplí.
Cuando volví a la casa, Sara no estaba. Sus cosas tampoco. Sabía perfectamente dónde vivía, pero no era necesario buscarla. Nuestra historia se había acabado.
Yo lo sabía desde antes de salir de mi casa. Desde antes de que dejara de obstruir la puerta. Lo supe desde que vi su cara dos segundos después de decirle que era asesino a sueldo.
El pánico que vi en su cara sólo lo había visto en los rostros de mis víctimas. Así que asumo que una de las cosas que pensó fue que yo podría matarla. Si lo vemos así, su huída no sólo es obvia, sino justificada. Además, ahora ya sabía que cualquier noche podía esperarme hasta el amanecer, hasta el mediodía, hasta la próxima semana, hasta siempre, y yo no aparecería más que en las noticias, como cadáver rescatado de un río.
El misterio que descubrió Sara fue más fuerte que ella. Y apesar de mi amor y del suyo, no fue capaz de soportarlo y decidió dejar su juguete.
Así que, en otras palabras, Sara se hizo realmente adulta gracias a mí, y olvidó los juguetes.
Volví a verla a los pocos días. Ella vivía cerca y frecuentaba los mismos lugares, incluyendo el bar donde sabía que yo aparecería todos los viernes por la noche.
Y me vio, y me saludó, y junto a unos tragos hablamos de mil cosas, excepto de mi trabajo y del hecho que ya no era mi mujer, que me había dejado y que, si yo era asesinado, ella lloraría por mí, pero a lo lejos.
La seguí viendo durante mucho tiempo, hasta que conoció a Haym y empezó una nueva historia, que para mí es un misterio.